viernes, 17 de agosto de 2007

EN CARLOS PELLEGRINI (ESTEROS DEL IBERÁ)

César es todo un personaje. Su familia tiene que ver con la fundación de una ciudad en el sur de Argentina. Dice que ha pertenecido al cuerpo diplomático y la verdad es que tiene clase. Sus ropas, aunque de calidad ya tienen muchas lavadoras y parecen dadas de si. Más cerca de los 60 que de los 50. Lleva permanente un pañuelo alrededor del cuello y un pelo escaso que peina con coquetería hacia atrás. De todas maneras su principal atractivo es su perfil, un perfil partido con el ángulo de la nariz aristocráticamente roto que le da un aire de senador romano aún sin la toga.
-Do you speak english?
-No.
Me pregunta lo mismo con el alemán, tampoco, y antes de que siga indagando en mi incultura le contesto que solo catalán. Ríe con elegancia. No, él no lo habla, reconoce. Es frágil, culto, con una conversación que acaba en un monólogo incansable e imprevisible, que puede incluir una frase en inglés o en un alemán que suena a mis oídos perfecto es que no se puede pronunciar un título de una obra de Mozart sin pronunciarla bien.
Es cálido y amable, habla mucho, cuenta fragmentos de su vida una y otra vez, a veces con las mismas palabras y siempre con la misma entonación. La verdad es que tiene mucho que contar: hizo ciencias políticas, fue cadete de la armada, ha trabajado en el ministerio de asuntos exteriores o el foring office, como prefiere llamarlo. Ha sido diplomático, estudió psicoanálisis y hasta ejerció de manera complementaria en esto, y mil cosas más. Su elegancia contrasta con esa barbilla permanentemente húmeda y habla y habla. De todas maneras cuando más perplejo me deja es cuando me explica algunos casos que ha llevado. Cuenta con detalles exhaustivos casos surrealistas de interpretaciones de sueño que tienen más de fábula literaria que con algo que se asemeje remotamente a la ciencia.
Tiene buena relación con los obispos y militares, juega al tenis y al crochet, ha escrito varios libros (me dice que ha ganado con una novela un premio de la Fundación Cristina Onasis de Atenas), así como obras de teatros. Ganó también el premio nacional de teatro (me muestra recortes de prensa, no tanto porque no me lo pueda creer sino para reverdecer esa gloria). Muestra fotos de un personaje en blanco y negro, elegante, blandiendo un florete o una raqueta. Recortes de un diario con una buena crítica o con alguna actriz que en algún momento fue hermosa. Todo suena a antiguo, a papeles guardados en una carpeta que ha doblado y desdoblado centenares de veces. Es inacabable, está aquí no sé muy bien por qué aunque insinúa una especie de terapia de descanso, para pasar una crisis personal que empezó cuando su madre murió. Cuenta que se le murió la madre y su hijo con tres meses de diferencia, le pregunto que edad tenia él y me contesta que 16 años. No sé que decir en estos casos y dejo que desvíe la conversación. Al día siguiente me entero de que quien estaba hablando era de su perro. Aunque hace bromas del chucho a través de las fotos que me muestra me doy cuenta de que seguramente le amó más que a otras personas.
Es un personaje afeminado culto y decadente, como si fuera un estereotipo de una película de Visconti. Su hermana está casada con un asesor del Pentágono que siempre está en los lugares en donde va a pasar algo, como en Arabia Saudi antes del ataque a Irak. Su cuñado ha comprado unas estancias en el otro lado del estero, son tan grandes que tienen un aeropuerto para aviones pequeños. Cuando hablo con otros habitantes de Carlos Pellegrini estos manifiestan su temor a que se convierta en una competencia desleal o que sea una fuente de destrucción del medio. Menemista hasta a médula es la única persona que me encuentro que defiende a Menem de manera clara y contundente. Antes de venir él, me muestra un recorte de periódico, estaba la inflación en 4 dígitos. Alfonsin dejo el país con 0 centavos. nada. Menem lo levanto. Es la primera persona que habla abiertamente de su simpatía por Menem. Está a favor de EEUU y reconoce a Aznar un líder inteligente por ponerse a favor de los otros en el tema de Irak. Defiende a los que mataron, desprecia a los desaparecidos, elogia a Musolini, y dice faschistas con ch. Pongo cara de no estar de acuerdo y comienzo un discurso en contra, pero él lo corta, quiere llegar a un acuerdo, seguir conversando conmigo. Si hace falta callará por tener a alguien que le escuche. Su voz se vuelve más dramática. Cuenta el dolor y la indignación que sintió cuando mataron a un militar amigo suyo, al principio, antes de que los militares tomasen el poder y pusiesen orden. Cuenta como se lo tuvo que comunicar a la familia.
Me asombra que pueda sentir cierta simpatía hacia él. Me reafirma en que la cultura no sirve para hacernos más civilizados. Nos despedimos con una promesa sincera de escribirnos a una dirección de correo electrónico, pero a medida que me alejo espacial y temporalmente la simpatía se vuelve pena y desagrado y sé que lo más probable es que nunca sepa nada más de él.

No hay comentarios: