domingo, 2 de septiembre de 2007

EN ATACAMA

Mario es italiano, de Roma: los del sur no son italianos, asegura, y recita las siete colinas de Roma como prueba de su lealtad a la ciudad. No es muy alto pero es fornido. Pecho y espaldas anchas, musculoso, compacto, sin cuello, casi sin mentón y perfil de senador romano. Lleva el cabello negro largo y que de vez en cuando, con un gesto casual, aparta de la cara. Se muestra seguro de si mismo, a veces brusco y normalmente altivo. La primera apariencia (exceptuando las gafas de sol colocadas en plan diadema) es que es un pariente cercano al Homo neardentalensis. Sin embargo cuando hablas con él te encuentras a una persona sensible, que admira las puestas de sol, se extasia ante una obra de Schumann o de Mozart y asegura que Wagner es lo mejor.

Viste con una camisa, pantalón y chaqueta tejana. Algo impropio para el desierto de Atacama y para ver salir el sol entre los géiseres a -15º. No es que carezca de ropa, es que se dejó la de abrigo en Salta. Al otro lado de la frontera. Tiene, eso si, una super cámara réflex y una minúscula cámara digital. Lleva tres meses viajando por sudamérica y después en octubre o quizás en noviembre irá a Paquistán, en esta época el clima es magnifico, asegura. Me quedo con las ganas de preguntarle si no lee la prensa y si no se ha enterado de los conflictos que hay allí. ¿Será traficante de armas? Como si me leyese el pensamiento comenta que su profesión es catador de cervezas. Yo le confieso la mía: Proxeneta.

Nos volvemos a encontrar y quedamos para cenar juntos. Tampoco hay muchas más alternativas. Le he visto discutir con un guía por los mil pesos (un par de euros) que costaba entrar en un parque nacional, pero pide un vino, que se presume caro, sin preguntar el precio. Bebemos, comemos, hablamos y gesticulamos. Habla en italiano, portugués, español, inglés y hasta en latín: Vini, vide, vinci. Yo no me quedo atrás: Semen retentum venenum est. Se dulcifica hablando en privado. Todo está bien, me olvido de haberle considerado un Homo neardentalensis. Confiesa que su primer amor fue una aristócrata española apellidada Borbón. Tenían entre 10 o 12 años. La madre de ella era una gran señora con una casa cerca de la Via Apia llena de objetos de arte y diplomáticos.

Dice que las mujeres son como canes y que solo piden y piden mientras que los hombres dan: Piden dinero y piden (cierra el puño y muestra el antebrazo). A la mujer hay que darle caña. Un día bien y otro mal para que no se acostumbren. Una mujer que te pregunta ¿dónde trabajas? ¿cuanto ganas? Yo les digo que trabajo en un barco. ¿A quien le interesa saber eso? ¿Te gusto o no te gusto? y si no a fanculo. La mujer ha de estar en casa. Io sono siciliano. Melonazzo.

Me habla de un tal Degrelle admirado por Marañon y su libro Alma ardiendo. No me suena tal como lo pronuncia, pero cuando lo escribe reconozco a León Degrelle un fascista belga enrolado en las SS que huyó a la España de Franco escapando de la justicia. Leételo, me dice, sin tener en cuenta su ideologia, pero no me aclara que ideología. Cita una frase del Duce, la escribe en un papel: Le donne devono stare a casa fare i figli e portare la cocina! y lo firma copiando la firma de Mussolini. La letra es redonda, infantil y a veces tacha corrigiendo errores que no sabes si achacar al efecto del vino o a dudas ortográficas. Busca algo en la cartera y me muestra una foto en blanco y negro del duce en persona, un gran italiano, el mejor, estoy a punto de comentar que llegó bastante alto, al menos a la farola, donde fue ahorcado por sus compatriotas. En este momento estoy atrapado en la curiosidad del personaje. Como si fuese un insecto extraño, venenoso pero raro, que solamente conociera por alguna foto.

Abomina de Fini y muestra su admiración por Berlusconi. No le gusta Nino Manfredi (Caro diario, le parece triste), y de Primo Levi duda que realmente sea verdad lo que cuenta en su trilogia. Cree que fueron los judios los que inventaron el holocausto y si Primo Levi sobrevivió eso demuestra que no fue tan terrible los campos de concentración. A pesar del buen ambiente me siento ofendido, no es una cuestión de divergencia de pensamientos es que está cuestionando mis principios. Se los dejo claro. Él no rectifica pero cambia de tercio. La conversación discurre apaciblemente, pero se ha roto definitivamente la complicidad que había entre nosotros. Al final pagamos la cuenta 26.000 pesos, más del 10% del salario de un maestro público de Chile. Nos despedimos y me invita a ir a su casa en Roma, pero los dos sabemos que no nos volveremos a encontrar.

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