sábado, 1 de diciembre de 2007

BARCELONA POSTOLÍMPICA

La barbería es de las de toda la vida. No es de las antiguas antiguas si no las que vinieron después en los setenta: un mueble corrido en toda la pared de contrachapado simulando madera y encima (y en la otra pared) un espejo de punta a punta para dar amplitud al espacio reducido del local. Arriba, y en medio, una vitrina de vidrio que contiene los productos cosméticos estrella. Los asientos son de sky marrón imitando cuero. El elemento más nuevo es una televisión de 14" preplasma colgada en un rincón. Hay dos barberos. Llevan una bata con el logotipo de la barbería. Uno debe tener los cuarenta y muchos, gordo y con la piel rosada. Lleva el pelo casi a cero aunque no puede disimular una alopecia frontal. Se mueve lento y habla lento, pero es el que da las órdenes. El otro debe tener unos cincuenta y pico, la calvicie es de la frente a la coronilla pero los pelos que le quedan los lleva hasta los hombros. Recuerda, no sé por qué, a un exmiembro de un grupo de rock de los 80. Cuando entro están cambiando un fluorescente. El que manda le da instrucciones al otro que está en un taburete escalera.
-Sácalo con cuidado. Que no se rompa el... El... pivotito, esos dos que tiene en la punta... Es de metal... No sé si me explico.... Quiero decir que es... frágil.
El del pelo largo saca el fluorescente y se lo da. Este va a la trastienda y saca un fluorescente nuevo todavia con su embalaje. Se acerca al taburete y se sube. Duda un instante y se baja.
-No estoy muy fino.
El exmiembro del grupo de rock que me ha empezado a cortar el pelo se dirije a mi:
-¿Tiene mucha prisa?
-Tranquilo. Le digo señalando con la barbilla hacia el fluorescente.
El hombre se encamina hacia el taburete con poca conviccion.

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