viernes, 18 de julio de 2014

EL YUGOSLAVO

Coincidimos en una casa que alquilaba habitaciones a estudiantes. Era un verano en Cambridge. Teníamos veintipocos años, habíamos nacido el mismo año y el mismo mes. Hasta ahí llegaban las similitudes. Yo era español y él yugoslavo; yo trabajaba en una escuela de educación especial y él era profesor de economía en una universidad, creo recordar, en Montenegro. 
Salimos juntos algunas veces, mas por que no teníamos otro plan que por interés en relacionarnos. En una de estas salidas conocimos a otra española que también estaba estudiando. 
Se enrollaron. 
Él me había contado que estaba casado. Pero los amores veraniegos tienen estas cosas.
Nos despedimos después de un verano en el que yo todavía pronunciaba kambrich pero que, gracias a coger cada día la bicicleta, había desarrollado extraordinariamente unos gemelos que desconocía que poseía
Ella le siguió tratando. Fue incluso a visitarle durante unas vacaciones. Se vieron poco, según él porque estaba cuidando a su madre que estaba muy enferma. No más de una tarde en un hotel.  Le regaló un anillo que era un recuerdo de familia. Ella, a pesar de la desilusión por lo exiguo del tiempo, el detalle del anillo la emociono.
A pesar de ello, o por ello, seguían hablando por teléfono, poco, y por carta, más.
Con ella, a pesar de no ser de mi ciudad, coincidi en un par de ocasiones. 
En la segunda quedamos para cenar. Salió el tema del verano y por supuesto él. Durante las copas me salio un yo mezquino y cruel: le pregunté , aunque sabía la respuesta, si sabía que estaba casado. No, no lo sabía. Se quedó parada, sin reacción. Luego volvió a hablar, hablamos de todo y de nada, pero algo se había quebrado.
Nunca más volvimos a contactar.
Poco después empezó la guerra en Yugoslavia.
Desconozco si él  se consideraba serbio, croata o bosnio. Nunca supe si fue victima o agresor. 
Solo que tenía la misma edad que yo y había nacido el mismo mes. 

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