lunes, 22 de octubre de 2007

EL MUNDO ES UN PAÑUELO

Es grande, alemana y jubilada, la conocí hace 2.500 kilómetros y el dios de los turistas y el azar, hijo del tiempo libre, ha hecho que nos volvamos a encontrar en otro país. Ella se acuerda de mi nombre y yo no. Además se niega a volvérmelo a decir. Si ella ha hecho el esfuerzo de acordarse yo debería hacer lo mismo, razona con precisión germánica. El único recurso que dispongo para luchar contra mi anómia es llamarla princesa. No le disgusta el cambio, aunque días más tarde, cuando se da cuenta que no es la única receptora del título monárquico, se queja. Si llego a su edad con la mitad de su humor y de la tranquilad que respira, me daré con un canto en la dentadura postiza.

No hay comentarios: